El hombre, un ser espiritual

En el evangelio de la curación de un leproso, leemos cómo Jesús, tras su intervención milagrosa, le pide que se presente ante la autoridad religiosa para refrendar, sin contar la causa, que ha quedado limpio. Pero el leproso, en su inmensa alegría, no puede guardar el secreto y necesita gritarlo a los cuatro vientos. La suya es una voz esperanzada, ansiosa de consuelo.

Hoy, en nuestro mundo materialista, alejado de toda esperanza, que sigue el dictado del racionalismo, resuena la voz de este hombre curado y agradecido. Es una voz nacida de una experiencia nueva, de contacto con el misterio de Dios. Esta experiencia es el anhelo de una multitud de seres humanos —la mayoría bondadosos— que no han tenido la oportunidad de vivir ese encuentro.

Quizás para muchos seguir un camino espiritual es el mayor de los analfabetismos. Quienes piensan así están llenos de vacuidades, de ansiedades vitales y desánimos, huecos que quieren rellenar, satisfaciéndolos con riquezas, triunfos sociales, niveles de cultura, influencias, inventos, retos y desafíos a la naturaleza…, vanidad en una palabra.

Todos estos conocimientos y formas de poder van amontonándose y quizás ayudan a vivir mejor materialmente dentro de su racionalidad, su dios moderno. Así caen en una terrible paradoja, o trampa, muy complicada, porque la solución a la inquietud humana se encuentra en algo tan sencillo como satisfacer su espiritualidad. Por mucho que se empeñen algunos filósofos, el hombre es un ser espiritual, y si no tiene en cuenta esta parte esencial de su ser, el hombre no es el hombre. ¿O el Hombre?

Remigio Calamus Dei